La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

No callemos a Cristo

Si nuestra pretensión, como cristianos, consistiera en salvar el alma, tendrían razón quienes nos dicen que la religión pertenece a la esfera íntima y privada de cada persona. Yo rezo, procuro salvar mi alma, y los demás que se apañen como puedan o, si lo prefieren, que se vayan al infierno; allá ellos.

Pero nuestra pretensión, como cristianos, no queda reducida a la salvación del alma. Nuestro propósito es inmenso, inconmensurable, tan amplio como el horizonte. Pretendemos que todos los hombres crean en Cristo, que todas las almas se salven, que Jesús sea amado y adorado en los confines de la tierra. ¡Ahí es nada!

Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación. Por eso nadie puede callarnos, aunque se burlen, aunque nos persigan, aunque nos maten. Y si, por respetos humanos, por vergüenza, o por ese aburguesamiento que nos lleva a no querer salir de nuestra «zona de confort» callamos, privamos al mundo de la luz y pecamos contra Cristo.

Permite que te lo repita: tu fe no es asunto tuyo, no es materia privada. Nuestra fe es expansiva como los rayos del sol. Y, si no eres fiel a ese espíritu, no eres cristiano.

(2504)

La alegoría del buen Pastor, en lo concreto

Imagina que llegas por primera vez a un pueblo, y preguntas a un vecino por el camino hacia la plaza. El vecino te indica que, para llegar, debes subir por la cuesta que tienes a tu derecha. Y tú, entonces, te enfadas: «¿Por qué tiene usted que ponerme el camino cuesta arriba? ¿Quién es usted para decirme lo que tengo que hacer? ¡Yo no subo cuestas, yo las bajo! ¡Menudo dictador está usted hecho!»… El pobre vecino se encoge de hombros: «Vaya usted por donde quiera, sólo pretendía ayudarle. Pero le aseguro que, bajando cuestas, no llegará a la plaza».

Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Si no quieres obedecer al sacerdote cuando te muestra el camino del cielo, no la emprendas contra él, que él no quiere juzgarte ni obligarte. Ahora bien, esa palabra que él te ha dicho indicándote el camino, esa palabra que tú has querido ignorar, será la que te juzgue. Él fue buen pastor para ti, pero tú no quisiste dejarte guiar.

(TP04X)

En la vida y en la muerte, somos del Señor

¿Sabes lo que es el éxtasis? No pienses en fenómenos extraordinarios que, aunque los haya de cuando en cuando, no te darán la definición. Literalmente, «éxtasis» significa salir de uno mismo. Cuando el ser amado te roba el corazón, entonces te saca de ti mismo, te expropia dulcemente y pasas a ser suyo; le perteneces. Eso es éxtasis. San Lucas dice que, en Antioquía, por vez primera llamaron a los discípulos «cristianos». Cristiano es quien pertenece a Cristo. Hace falta un éxtasis para eso.

Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Somos las ovejas del buen Pastor; le pertenecemos, nos ha robado el corazón y nos ha comprado con su sangre. Por eso, no somos dueños de nuestras vidas, sino que caminamos junto a Él y hacemos sus obras. Si tan sólo lo siguiéramos, podríamos perdernos. Pero, si somos suyos, entonces estamos protegidos por Él, y ni todos los demonios juntos podrán apartarnos de su lado.

Recuérdalo, para que tengas paz: Si tú no quieres apartarte de Jesús, nada te apartará de Él. Ni tus miserias.

(TP04M)

El que me saca fuera

No te das cuenta de que estás encerrado hasta que alguien abre la puerta y ves el campo, el sol y las montañas. Como en «Centauros del desierto», cuando John Ford abre la puerta de la casa, y frente a la luz del exterior descubres las tinieblas de la habitación. Es hora de salir.

Él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. A espacios abiertos. Eso hizo Moisés cuando sacó a su pueblo fuera de Egipto. Y también lo hizo el propio Jesús, al sacar a Lázaro fuera del sepulcro.

Eso hace conmigo el buen Pastor. Me llama cuando estoy encerrado en mi pecado, preso de mí mismo y de mis cosas, recluido en mis problemas, mis dolores, mis urgencias. Me dice, como a Lázaro: «Sal fuera, deja esas bobadas y ven conmigo, que ya es primavera y el cielo es enorme y claro».

No te confundas. «Fuera» es «dentro». «Sal fuera» no significa «sal a la calle a hacer footing». Significa «recógete dentro de ti, en lo profundo del alma, y allí descubrirás una puerta que te saca al cielo. Sal por ella y disfruta conmigo de las verdes praderas del reino de Dios».

(TP04L)

¿De quién me fío?

pastorResuena hoy en todos los templos el evangelio del buen Pastor, y resuenan en los televisores noticias sobre los políticos. Muy bien. Así, quien aún no haya sido abducido por el pensamiento único quizás pueda pasar, del televisor, al templo.

Ves la televisión y te preguntas: «¿de quién me fío?» Y respondes que de nadie, que acabarás votando al que estimes menos peligroso. ¿Algún político ha dado su vida por ti?

Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Me fío de Cristo. Él no se ha conformado con enseñarme el camino; camina conmigo y hasta se me entrega en alimento para que no desfallezca. Es pastor y pasto. Sé que le importo, sé que me ama, porque ha muerto por mí. ¿Cómo no fiarme de Él?

Me fío de la Iglesia. Y cuando veo a un sacerdote en un confesonario pienso que ha perdido mucho por estar allí, y que nada recibe en la tierra a cambio de recoger mis pecados y, tantas veces, mis lágrimas. A través de él, Cristo sigue siendo mi buen Pastor. Por eso me inspira más confianza un sacerdote en un confesonario que un político en una tribuna.

(TPB04)

La carne que redime nuestra carne

Las palabras de Jesús piden a gritos una explicación. Si, poco antes, aseguró que quien no comiera su carne no tendría vida, ¿por qué dice ahora que la carne no sirve para nada?

El Espíritu es quien da vida. Si la carne de Cristo da vida eterna al hombre es porque esa carne está traspasada de Espíritu. Nuestra pobre carne, herida por el pecado, no sirve para nada, porque sirve a la muerte, y la muerte es nada. ¿Acaso la comida, la bebida, el sexo, o dormir ocho horas diarias podrán burlar a la muerte? No pueden. En ocasiones, incluso te precipitan en ella. Todos esos falsos consuelos no son sino un narcótico que te hace olvidar la muerte y te sume en la mentira. La sentencia de Cristo sobre el poder de la carne es de una verdad inapelable. San Pablo la desarrollará con tintes dramáticos a partir de su propia lucha personal.

Y, sin embargo, la carne de Cristo redime la nuestra. Cuando un cristiano en gracia come, Cristo come. Cuando duerme, Cristo duerme. Cuando muere, Cristo muere. Y la resurrección de Cristo supone la esperanza cierta de que el cuerpo de quien ha muerto con Él resucitará.

(TP03S)

Las dos promesas de la Eucaristía

pan de vidaCada vez que comulgues, sé consciente de que heredas dos promesas. Y, si crees en ambas al comulgar, las dos se cumplirán. No lo dudes.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. Esa promesa va referida al alma, y se cumple, cuando se comulga con fe, en el mismo momento de la comunión. Con tanta intimidad se une el alma a Cristo en la comunión, que es llevada al cielo y asentada allí, en el mismo trono del Hijo de Dios a la derecha del Padre. Y te aconsejo que, después de comulgar, no te retires de ese trono. Quédate allí sentado mientras trabajas, comes, bebes, ríes, lloras, conduces, compras o descansas. No permitas que las urgencias de la vida retiren tu alma de ese trono. Así vivirás vida eterna, tendrás paz y darás paz.

Y yo lo resucitaré en el último día. Esta promesa es para el cuerpo, y terminará de cumplirse cuando Cristo vuelva sobre las nubes. Pero ya, desde la comunión, queda tu cuerpo tan asociado al del Señor que tu muerte es participación en su Cruz y tu sepulcro será el de José de Arimatea. Ese cuerpo que ha comulgado resucitará.

(TP03V)

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