La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Página 3 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Cuídate, pero déjate cuidar

Hasta que cumplió los treinta años, Jesús trabajó junto a José, y fue conocido como «el hijo del carpintero». Ese tiempo tan precioso de la vida de Cristo, al que llamamos «vida oculta», es la clave que nos ayudará a entender sus palabras sobre la divina providencia:

No estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir… Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta.

Este discurso no es una invitación al descuido, ni se cumpliría renunciando a sembrar o a segar. Porque no somos pájaros, somos hombres. Y los hombres hemos sido creados para trabajar junto a Dios. San Pablo nos dice: Si alguno no quiere trabajar, que no coma (2Tes 3, 10).

A lo que nos invita el Señor es a no idolatrar los bienes materiales. Y nos previene contra ese cuidado excesivo y obsesivo del cuerpo y de las riquezas que las convierte en dioses.

Por tanto, ¿hay que cuidarse? Sí, pero con paz y confianza en el Señor. Porque, cuando nos cuidamos demasiado, Dios se cruza de brazos y nos dice: «Tú mismo».

(TOP11S)

Puertas abiertas a la luz

¿Tú rezas con los ojos cerrados? Mucha gente lo hace, yo los veo ante el sagrario y nunca sé si están rezando o están dormidos. También hay quienes se inclinan hacia delante como el pensador de Rodin, y se cubren la cara con las manos. Esos puede que estén llorando, no sé, o quizá se están devanando los sesos. Bueno, lo dejo aquí, que es muy impertinente este discurso.

Yo, si cierro los ojos cuando rezo, veo fantasmas. Se me vienen encima como habitantes de la noche. Por eso no los cierro. Pero tampoco podría rezar si los tengo vagabundeando por los alrededores. Por eso los aparco. Los aparco en el sagrario. O en el crucifijo, que es, para los ojos, un aparcamiento lleno de delicias. Le es más fácil al alma volar alto cuando los ojos están quietos en lugares de Amor.

La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz. Esas miradas a imágenes santas son, para el alma, puertas abiertas a la luz. No se queda el alma en ellas, sino que las cruza para alcanzar silencios sonoros y tinieblas resplandecientes donde reposa, embriagada en el Amor de Dios.

(TOI11V)

«Hijo mío»…

Las conversaciones más amorosas entre el hombre y Dios no están hechas de palabras, sino de silencios. Por eso dice Jesús que cuando recéis, no uséis muchas palabras; no hacen falta. Pero el Padrenuestro se compone de palabras, palabras santas, y he imaginado (¡cosas mías!) una respuesta del Padre a esas santas palabras pronunciadas por el hijo. Aquí te la dejo, por si te ayuda a rezar:

«Hijo mío, que aún vives desterrado en la tierra, yo me haré santo dentro de ti y te santificaré con mi Espíritu. Ese Espíritu convertirá tu alma en reino mío. Por tu docilidad, mi voluntad se cumplirá en ti, y así vivirás en la tierra como quien vive en el cielo. Te alimentaré cada día con el Pan de vida. Perdonaré tus pecados, y ablandaré tu corazón para hacerlo capaz de perdonar a quien te ofende. Permitiré la tentación, que te probará y te hará temblar; pero, si te mantienes en oración, no permitiré que caigas en ella. Permitiré en tu vida el sufrimiento, para que lleves el amor hasta el extremo, pero te libraré del verdadero mal, que es el pecado. Yo soy tu Dios. Confía en esta promesa que te hago».

(TOP11J)

La vida de los hijos de Dios

Ya desde ayer nos invitó Jesús a que viviéramos como hijos de Dios, quien hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos, y a que fuéramos perfectos como perfecto es nuestro Padre celestial. Las palabras que hoy nos regala el Evangelio, y que desembocarán en la oración del Padrenuestro, deben ser leídas en esa clave. Jesús está hablando de la nueva vida de los hijos de Dios.

Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará… Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará. San Pablo dice que nuestra vida está escondida, con Cristo, en Dios (Col 3,3). Por eso, el hijo de Dios vive vuelto hacia su Padre, que ve en lo escondido. Ha convertido su vida en ofrenda, en sacrificio de obediencia, y no busca, ni le importan, la aprobación o la gratitud de los hombres.

Lo secreto y escondido, ese santuario interior poblado de silencio del alma en gracia, es el lugar natural del encuentro entre el hijo de Dios y su Padre. Por eso el hijo de Dios tiene vida interior, estima en nada las alabanzas y los desprecios de los hombres, habla poco y reza mucho.

(TOP11X)

Sin letra pequeña

Amamos poco. Porque el verdadero amor es gratis, y a nosotros nos gusta comprar y vender. El mercadeo mata el amor. Ya sé que no lo reconocemos, pero, gran parte de las veces, nuestro amor requiere una contraprestación. Hay que buscar la letra pequeña para encontrar esa cláusula. Decimos: «Te quiero mucho». Pero como me traiciones te daré la espalda. Letra pequeña.

Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

No hay letra pequeña en el sol o en la lluvia. Si decido resguardarme del sol y ponerme a la sombra, el sol seguirá allí cuando lo busque. Si me cubro con un paraguas, la lluvia seguirá regando mi jardín. Si reniego del Amor de Cristo y decido apartarme de Él, sus brazos estarán abiertos para mí cuando regrese. Si me niego a confesar y rechazo la lluvia sanadora del Espíritu, las manos del sacerdote volverán a empaparme con esa agua cuando me arrodille y pida perdón.

El Amor de Cristo es lo único que tengo seguro en esta vida. Haga yo lo que haga, no dejará de amarme jamás. Eso es Amor.

(TOP11M)

El despojo de un hombre feliz

décima estación del via crucisTodo el evangelio de hoy cabe en la décima estación de Vía Crucis: Jesús despojado de sus vestiduras. Basta con imaginar al Hijo de Dios dejándose arrebatar la ropa y mostrando al mundo un cuerpo flagelado y despojado ya de su dignidad para entender:

Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto.

Pero los ojos que contemplan esa décima estación deben buscar el alma de la escena, el alma del Hijo de Dios, si quieren realmente entender. Es el alma de quien tiene un tesoro en el cielo y, por ese tesoro, ha dado por perdidos todos los bienes de la tierra. Ese hombre desnudo y flagelado –y aquí es donde se requiere una mirada atenta a lo esencial– es un hombre plenamente feliz, tan dulcemente cautivado por el Amor de su Padre que puede permitirse, ante quienes le arrebatan sus bienes terrenos, ofrecer la misma resistencia que un cadáver. Cuando lo hayan despojado de todo, hasta de la vida, descubrirán que Él ya había escapado al cielo.

Ten tus delicias en el cielo, y así serás Eucaristía: Te dejarás comer por tus hermanos.

(TOI11L)

Si no siembras…

Sucedió hace años a las puertas de mi parroquia. Ella estaba fuera, fumando, fumaba muchísimo. Y se le acercó una mujer para pedirle fuego. Mientras le encendía el cigarrillo, observó las lágrimas en sus ojos y le dijo: «Parece que te vendría bien entrar y hablar con el sacerdote». Cosas que pasan, aquella mujer, que llevaba muchos años sin pisar una iglesia, hizo caso del consejo y entró a hablar con el sacerdote. Y se confesó, se quedó a misa, y se convirtió.

El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.

Quienes no se atreven a hablar de Dios jamás conocerán el fruto que podrían haber dado sus palabras. Si no siembras, nunca recogerás. Y si el fruto es para Dios y para la felicidad de quienes están perdidos, no sembrar, no hablar de Dios, es un serio pecado de omisión.

«¿Para qué voy a hablar, si no me harán caso?» ¿Y tú qué sabes? ¡Podría contarte tantas historias como la de arriba!

Siembra sin miedo, y reza. Lo demás déjaselo a Dios.

(TOB11)

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