La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Página 4 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Si no siembras…

Sucedió hace años a las puertas de mi parroquia. Ella estaba fuera, fumando, fumaba muchísimo. Y se le acercó una mujer para pedirle fuego. Mientras le encendía el cigarrillo, observó las lágrimas en sus ojos y le dijo: «Parece que te vendría bien entrar y hablar con el sacerdote». Cosas que pasan, aquella mujer, que llevaba muchos años sin pisar una iglesia, hizo caso del consejo y entró a hablar con el sacerdote. Y se confesó, se quedó a misa, y se convirtió.

El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.

Quienes no se atreven a hablar de Dios jamás conocerán el fruto que podrían haber dado sus palabras. Si no siembras, nunca recogerás. Y si el fruto es para Dios y para la felicidad de quienes están perdidos, no sembrar, no hablar de Dios, es un serio pecado de omisión.

«¿Para qué voy a hablar, si no me harán caso?» ¿Y tú qué sabes? ¡Podría contarte tantas historias como la de arriba!

Siembra sin miedo, y reza. Lo demás déjaselo a Dios.

(TOB11)

Cuando Dios jura

En la Escritura observamos cómo, en varios momentos, Dios jura: El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec» (Sal 110, 4). Si jurar supone poner a Dios por testigo de una afirmación, cuando Dios jura está entregando al hombre una palabra irrevocable, de la que Él mismo responde. Por el mismo motivo, el hombre sólo debería jurar cuando ese juramento viene de lo alto, del propio Dios.

Son juramentos que se pronuncian de rodillas, y en los que el hombre, respondiendo a una llamada divina, entrega a Dios su vida como culto: el matrimonio, el orden sacerdotal, los votos perpetuos de los religiosos… En esos momentos, el hombre se atreve a jurar confiado en que Dios mismo, que le pide el juramento, le otorgará la gracia de llevarlo a término. De algún modo, en ese juramento también Dios queda comprometido. ¿Quién, de otra forma, se atrevería a entregar la vida entera sin conocer aún lo que le depara el futuro?

Pero también, en ocasiones, el hombre profiere juramentos en los que se sirve de Dios para hacerse creíble. A estos juramentos se refiere Jesús cuando dice: No juréis en absoluto.

(TOP10S)

El deseo de la carne y el amor a la Cruz

Las palabras de Cristo sobre el adulterio requieren una explicación. Pues fácilmente podría alguien, al leerlas en español, identificar concupiscencia con pecado.

Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

El deseo al que se refiere el Señor no es la apetencia de la carne, sino el consentimiento de la voluntad. La carne –nos dice san Pablo– desea contra el espíritu (Gál 5, 17). Esa mera tendencia de la carne hacia su satisfacción nos tienta, pero no nos mancha. La carne siempre querrá bajarse de la Cruz y buscar sus consuelos. Pero, mientras el deseo del espíritu esté en la Cruz, amando, no el dolor, sino el amor y la obediencia de Cristo, ese espíritu, ayudado del Espíritu, someterá los deseos de la carne. Sufrirá al someterlos, pero honrará a Dios.

Sin embargo, cuando la carne arrastra con ella al espíritu y lo aparta de la Cruz, haciéndole desear el pecado, el hombre, al entregar a la carne su voluntad, ya ha pecado y ha renegado, como el mal ladrón, del Crucifijo.

En resumen: el deseo del que habla Jesús en esta enseñanza no es un «me apetece», sino un «quiero».

(TOP10V)

Tres tratados de paz

Hablábamos ayer de cómo el tibio ha hecho las paces con el pecado. Pero muchas veces, al mismo tiempo está en guerra contra su hermano, contra su vida, contra Dios.

Vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino.

Cristo, el mismo Cristo que nos levanta en guerra contra el pecado, nos invita a firmar tratados de paz que pongan fin a guerras que jamás debimos entablar. Si quieres tener la paz de Cristo en el alma…

Reconcíliate con tus hermanos. Deja de juzgarlos y condenarlos, no te defiendas de ellos, ámalos como son, aunque te quiten la vida. Y, si te la quitan, dásela, que el Señor te la devolverá transfigurada.

Reconcíliate con tu historia y con tu vida. Aunque no te lo parezca, está bien hecha. La ha hecho Dios, contando también con tus pecados para sacar bienes de ellos.

Reconcíliate con Dios. Él no tiene la culpa de tus males. Eres tú quien debe pedirle perdón por tus traiciones.

Y, con esa santa paz, lucha la única guerra que te llevará al cielo: la guerra contra el pecado.

(TOP10J)

Encadenado con hilos de seda

¿Qué es lo contrario de un santo? La respuesta fácil es: «un pecador». Pero, aunque fácil, esa respuesta es falsa. Con excepción de la Virgen santísima, los santos son y han sido pecadores. Entonces, ¿qué es lo contrario de un santo?

Lo contrario de un santo es un tibio. Tibio es quien hace las paces con el pecado venial, o con las pequeñas faltas que atentan contra la delicadeza en el amor. «28 minutos ya son media hora, doy la oración por hecha». «Bah, no importa, son mentiras “piadosas”». «No es domingo, no es tan grave si llego tarde a misa». El santo es un pecador a quien le duelen sus pecados y lucha contra ellos. El tibio es un calculador que pacta con el pecado para evitar entregarse del todo. Muchas veces no son pecados mortales, sino pequeñas faltas de amor. Hilos de seda que lo encadenan al Demonio. Cuidado con ellos.

El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Odia a muerte el pecado venial, examínate cada noche y recomienza cada mañana. Así se alcanza la santidad.

(TOP10X)

Discretamente maravilloso

Dicen que el bien no hace ruido, y el ruido no hace bien. Lo creo, porque, mientras escribo, suelo tener tras la ventana a los empleados municipales con sus sopladoras a toda máquina, y un día pediré al Ayuntamiento que me pague el paracetamol. Sólo hay algo peor que las sopladoras: los audios de WhatsApp. Quienes los envían deberían ir a prisión.

Vuelvo a lo del ruido. Porque Jesús elige, para describir el papel de los cristianos en el mundo, dos imágenes muy discretas: Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo.

¡Qué poco ruido hacen, generalmente, la sal y la luz! Permiten apreciar el sabor y la belleza, pero ellas pasan desapercibidas. Nunca dices: «¡Qué bien está de sal este solomillo!», o «¡Qué bien se ve este árbol!». Sin embargo, son la sal y la luz quienes te permiten disfrutarlos. Sólo te fijas en ellas cuando faltan… o cuando sobran.

Así es el cristiano: Apenas habla de sí mismo, no se da importancia. Pero, en torno a él, el ambiente se aclara y se hace agradable. Si pasas con él un tiempo, acabas sabiendo mucho de Cristo y poco de él. Sal y luz.

(TOP10M)

Quizá hay que empezar por el final

Llevamos veinte siglos junto a ellas, y nos sigue costando entenderlas; mucho más aceptarlas. Las bienaventuranzas son como un tesoro oculto tras un muro. Aunque te aseguran que está ahí, ves el muro y te sientes incapaz de escalarlo. Escuchas: Bienaventurados los pobres en el espíritu… Bienaventurados los que lloran… Bienaventurados los perseguidos… y el ánimo se te viene abajo. ¿Quién desea para esta vida pobreza, llanto o persecución? Por eso, la segunda parte, la descripción del tesoro, te encuentra desanimado y te sientes incapaz de alcanzarlo.

Como casi siempre, nos equivocamos.

Quizá hay que leer las bienaventuranzas de atrás hacia delante para entender que es tan grande la dicha prometida que vale la pena cualquier renuncia por recibirla. De ellos es el reino de los cielos… ellos serán consolados… serán llamados hijos de Dios. Heredar el reino, poseer la tierra, ser hijo de Dios, ser consolado y saciado, encontrar misericordia, ver a Dios. Y todo ello en esta vida, mientras pasas hambre, lloras o eres perseguido; y después, ya sin mezcla de tribulación, en el cielo. Entonces te enamoras, te precipitas hacia los bienes eternos y das con gusto por perdido todo lo terreno.

Las bienaventuranzas son para enamorados.

(TOP10L)

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